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Decidir es dirigir

 5 noviembre, 2015
Escrito por Antonio Núñez

Una de las funciones más importantes de todo dirigente, como en cualquier función con capacidad de liderazgo que se precie, es la de tomar decisiones, sean estas periódicas o coyunturales, duras o fáciles. Decisiones que forman parte del capital humano de toda organización y de cuya calidad depende el éxito o fracaso de la misma. En ocasiones no poseemos toda la información necesaria, algo que se agrava en contextos como los actuales, cambiantes y poco definidos, volubles y sometidos al peso del escrutinio público constante. Cuando eso sucede, cuando en esta era de la histeria informativa, donde todo es dato y casi nada es procesado (sobre todo lo que no es informatizado, lo que conlleva a la reflexión de hasta qué punto no estaremos robotizando nuestras sociedades), no alcanzamos a comprender ni a manejar todo lo que se escurre entre nuestras manos, la precisión de lo que decidimos hacer toma más sentido si cabe en el frontispicio de esta tribuna. Ahora lo importante ya no es saber más, sino llegar antes, y a veces hasta esto se superpone a la calidad del contenido. Los cambios rápidos a los que nos obliga la coyuntura mundial actual obliga a la toma de decisiones rápidas, algo contraproducente para quienes defendemos la conveniencia de apostar por la mesura, la tranquilidad y el manejo de los tiempos en las mismas.

Mejor decidido y mal que pensado y no tomada la decisión, viene a ser el axioma con el que nos dibujan el panorama presente de las empresas. El entorno es cambiante, fluctuante en sus intereses, conservador en muchos aspectos, pero no deja de ser un entorno humano, facultado y dirigido por corazones que, en muchas ocasiones, no dejan de basar su modus operandi en los impulsos propios de su condición falible. La imperfección de las decisiones es un factor que juega, a veces decisivamente, en el entorno de las organizaciones más perfectas. Por mi experiencia asesorando a muchos presidentes, directores generales y consejeros, me gustaría ofrecer algunas sugerencias recogidas en estos años de trasiego directivo, con objeto de facilitar el momento en el que hay que pulsar una tecla u otra:

1) Ante todo, no tener miedo ni reservas a la hora de tomar decisiones, ni generar angustia vital por ello. Recordemos siempre la frase del ex presidente norteamericano Franklin Delano Roosevelt para estos casos: “A lo único que debemos tener miedo es al propio miedo”. El miedo paraliza y frena la creatividad. El miedo no es sino la anticipación de un peligro que no ha sucedido, en palabras del filósofo José Antonio Marina. Si no lo invitamos a la partida, aumentaremos las posibilidades de poseer el control de esta.

2) Dedicar parte del tiempo a pensar la forma en la que vamos a desarrollar mejor nuestras acciones. Implementar actuaciones de escucha entre nuestro entorno personal y profesional, para obtener perspectivas diferentes y complementarias a nuestra visión. Nos dota de amplitud técnica y humildad personal, dos valores que todo directivo debe tener en consideración para el éxito presente y futuro de su organización.

3) Delegar la toma de muchas decisiones, es decir, confiar en esa o esas personas que juegan en nuestro mismo equipo. Muchos problemas cotidianos escapan a nuestra función y responsabilidad, y además tampoco tenemos tiempo para resolverlo, ni disponemos de las herramientas ni de la información para ponderar dicha decisión. Tener a nuestro lado a buenos colaboradores, formados y preparados, con rango de autoridad, nos facilita la labor. Apostar por ello es cuestión de inteligencia, y de supervivencia.

4) No derivemos ni pospongamos decisiones trascendentales. No suele funcionar y da síntomas de debilidad, inseguridad o estructura mal gestionada. Lo que haya que solucionar en el mismo instante o día, hágalo. Por el bien suyo, de su equipo y de su empresa.

En conclusión, acostumbrarnos a desenvolvernos en contextos de tanta incertidumbre forman parte del quehacer diario del dirigente, ese que nada en el filo de un peligroso equilibrio de intereses y necesidades, de poderes y contrapoderes, de clientes y proveedores, de prescriptores y usuarios. Rehuir esa tarea y esa responsabilidad supone no entender esas circunstancias. Afrontarlas con decisión, sin miedo ni parálisis, aunque con conciencia y análisis, es clave para caminar hacia adelante. Es lo que diferencia al líder de las organizaciones del siglo XXI de las del siglo XX. Hoy, decidir (y decidir bien) es dirigir (y dirigir sabiamente).